lunes, 28 de diciembre de 2015



Robo, pero no soy ladrón

“No robe: al Gobierno no le gusta la competencia” (Graffiti)


Por Heldyn Guevara Revelo

Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha sido condicionado y aún obligado a cumplir el acto de tener “algo” que ocupe el vacío de su estómago y de su entorno social. El hombre de la Edad de Piedra poseía un mazo para alimentarse y para defenderse. Pero a medida que evolucionó y que fue interactuando con otros individuos semejantes, al notar que éstos eran dueños de notables opulencias a las que no podían acceder con facilidad, embestía usando los medios posibles para arrebatar aquellas posesiones que los convertían en seres socialmente inferiores.
Y no es extraño que la palabra robar provenga de los visigodos (ibéricos, reconocidos porque hurtaban con violencia todo lo que podían), quienes la expresaban con el verbo raubon, que en el alemán moderno cambió a rauben, y que en castellano se convirtió en robar, tras pasar por el latín vulgar raubare. Luego el germano lo adoptó como raupe, es decir, ropa.
La literatura universal ha tratado la fechoría del robo como el elemento sustancial de las obras realistas. Víctor Hugo en la obra Los Miserables, personifica este acto delincuencial en Jean Valjean, un hombre que roba un pan para alimentar a su hermana y sus siete sobrinos, y es condenado inicialmente a cinco años que posteriormente se extienden a diecinueve.
¿Pero quién no ha robado por hambre, por vanidad, necesidad (no confundir con necedad), por codicia, egoísmo, envidia o por enfermedad? ¿Quién no ha practicado el negocio de robar? Los hay ladrones de confianza y ladrones de abuso. Ladrones de combustible, ladrones del sueño del vecino y los muy de moda ladrones de datos. Lo hacen algunos  niños y los padres en el supermercado. Lo hacen algunos sacerdotes cuando predican y en la noche comparten el botín de la limosna con sus bellos jovencitos. Muchas impresoras de nobles hogares imprimen con tinta de las computadoras de los estudiantes. Qué decir de los políticos o de los contratistas que sin ser ladrones roban los excedentes creados por medio de cifras falsas de los proyectos sociales ó emplean para las obras civiles materiales de muy baja calidad. Cuántos no andan exhibiendo sus lujos (porque ahora lo robado sí luce) y compitiendo con los que no tienen, creyendo que algún día su conciencia podrá superar u olvidar que lo que han obtenido ha sido producto de negocios ilícitos. ¿Y porqué no perduran las pirámides de captación de dinero? Porque en realidad no son pirámides sino flechas que apuntan hacia abajo.
El tres de mayo el alcalde de Bogotá fue suspendido de su cargo por la Procuraduría (Ministerio Público) por supuestas irregularidades en la adjudicación y ejecución de obras en Bogotá dentro del escándalo conocido como el "carrusel de la contratación", por el que su hermano, el senador Iván Moreno, también del PDA, ya está en prisión. Y por estos días también se imputaron cargos a cinco procesados por el escándalo de corrupción en el sector de la salud. Los cables dijeron: “Los imputados son: Claudia Patricia Rojas Puerta, ex coordinadora del grupo de recobros del Ministerio de Protección; Luis Andrés Ruiz Martínez, exdirector de sistemas del mismo Ministerio; y los particulares Edgar Medina Millán, Héctor Mauricio Durán Poveda y John Carlos Lemus Rodríguez, quienes deberán responder ante las autoridades por los delitos de concierto para delinquir, peculado por apropiación, cohecho propio, enriquecimiento ilícito para terceros y prevaricato por acción. De acuerdo con lo establecido por la investigación, se habría producido la apropiación de 24 mil millones 633 mil 617millones de pesos, mediante recobros inflados y a nombre de personas fallecidas, entre otros procedimientos. Según lo expuesto por el fiscal del caso, los hoy procesados supuestamente utilizaron cuentas de terceras personas para desviar los dineros que recibían de las transacciones ilegales.
Estos ladrones no tienen nada que envidiar, por ejemplo, del ladrón más famoso del mundo conocido como “Mr. One”. Ronni Biggs, fue el ladrón más admirado, el fugitivo más famoso (ausente por 35 años), el delincuente más iconoclasta y burlón del mundo. En 1963, asaltó el tren postal Glasgow-Londres cargado con el dinero que los bancos enviaban a la capital británica. Fue un golpe perfecto, calculado con precisión, que no dejó ninguna víctima fatal. Ronni Biggs, reconocido por la farse: “El trabajo apesta”,  asaltó el tren dotado con 2.631.784 libras esterlinas en billetes chicos, algo así como 60 millones de dólares de nuestros días.  “Los Sex Pistols, adalides del movimiento punk inglés, lo invitaron a cantar el tema No One Is Innocent, toda una declaración de principios. Más tarde, Biggs se relacionó con la banda alemana Die Toten Hosen y la argentina Los Violadores.”
De lo anterior, no nos sorprende (y es extraño que los
colombianos aún nos sorprendamos de alguna cosa) las cifras exorbitantes del robo, sino que se tenga esa intención maligna de atentar contra la saludo los propios hermanos colombianos. Tal vez el ego le haga creer al político que como el césar es un elegido de los dioses y no por el pueblo y por eso se otroga el honor de explotar los “bienes naturales” que le rodean. O si no veamos el concepto de corrupción: “El abuso de posiciones de poder o de confianza, para beneficio particular en detrimento del interés colectivo, realizado a través de ofrecer o solicitar, entregar o recibir, bienes en dinero o en especie, en servicios o en beneficios, a cambio de acciones, decisiones u omisiones”. 
Un día, en el bautismo de mi hija, el cura nos dijo a todos los asistentes en su sermón “El infierno está lleno de curas y políticos.” Si él lo dijo hay que creer. Curas pederastas y políticos corruptos. Cuando Caicedo Ferrer fue descubierto en su obra contra el pueblo, la televisión comunicaba que: “Todos los políticos roban, pero Caicedo ferrer se dejó coger por pendejo.”
El robo es la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño, por eso el séptimo Mandamiento: No robarás, exige respetar los bienes ajenos y pagar las deudas. Este mismo mandamiento acentúa en no quitar o retener lo ajeno contra la voluntad de su dueño y causar daño al prójimo en sus bienes. Y finalmente sus principales contravenciones tienen que ver con: no trabajar conforme al deber o trabajar mal, no pagar el justo salario a los empleados y obreros, servirse de la miseria del prójimo o de la escasez pública para acaparar o enriquecerse con injustas subidas de precio, no cumplir los deberes de propio cargo permitiendo que se perjudique al prójimo o al bien común, prestar dinero u otra cosa exigiendo un interés excesivo, engañar al prójimo en el comercio con pesos, medidas o monedas falsas, o con mercancías malogradas o averiadas; retener bienes ajenos contra la voluntad de sus dueños, sobornar o exigir coimas y colaborar en cualquier robo o injusticia contra los bienes ajenos.
Sin ser tan duros, podríamos decir que para una clase de ladrones existe una enfermedad llamada Cleptomanía o trastorno de la personalidad que lleva al robo compulsivo para satisfacer un desorden mental, donde el enfermo se percata de la gravedad de la falta una hora después de haberlo hecho; mientras que los otros, los profesionales, lo hacen por satisfacer una necesidad material, económica o social. ¿Pero cómo saber cuándo se está cerca o frente a un ladrón? Cuando se reciben continuamente adulaciones de parte del maquinador.  Finalmente, el cleptómano es más fácil de atrapar porque no empleó mucho tiempo en planear su pequeño gran golpe.
Hablando en forma figurada se puede afirmar que en Colombia algunos incendios han sido causados por los mismos bomberos. Por eso mi mente morbosa no es culpable de imaginar que todo lo que podría hacer un vendedor de ataúdes. Hemos visto desfilar muchos policías con los brazos en alto. Falsos ciegos han levantado, gracias a las limosnas, bellas mansiones con hermosa vista frente al mar. Serias cajeras han inaugurado sucursales de almacenes creando la competencia contra sus antiguos empleadores. Cuántos vigilantes han sido cómplices de desalojos de propiedades o desmantelamientos de artículos empresariales. ¿Son honrados todos los legisladores que ocupan una curul en el Congreso? Cuándo habrá otro terremoto, otra huelga u otro accidente en carretera para saquear lo poco que nos falta. ¡Oigan rescatistas no han sustraído nunca nada de los muertos tibios? ¡God-bye Petroleum of my beatiful Colombia!
Después de lo arriba conocido, ¿acaso usted también es un ladrón? Cuando yo fui partícipe o protagonista de algún caso ya mencionado, use mi experiencia delictiva para reflejarla en la literatura, porque un autor debe escribir de lo que vive. ¿Acaso un hombre disciplinado podrá escribir auténtica literatura? Jamás. Sólo será un reproductor absorbido por las influencias y un consultor permanente de la vida en las bibliotecas. Cuando yo robé por primera vez plasmé la adrenalina en el papel de una manera muy romántica escribiendo lo siguiente: “Quiero llamar tu atención como el ladrón que corre por la calle”, y: “Quiero que me recuerdes siempre como aquel que un día me prestó el dinero que yo jamás le devolveré.”
El escritor francés Jean Genet, el poeta del robo, empezó su carrera delictiva a los diez años y fue condenado diez veces. Pasó tres cuartas partes de su vida tras las rejas donde escribió su obra más reconocida Diario del ladrón. De seguro, Genet aunque dedicó su vida a sustraer bienes ajenos, jamás practicó el plagio literario, —como lo han hecho muchos escritores de corbata a quienes Rimbaud orinó muchas veces en las mesas—,  para terminar su obra que le donó su propia experiencia.      
Muchos dueños de lo ajeno aseguran con perspicacia que ellos no son ladrones porque nunca han puesto un pie en la cárcel. Por lo tanto, si fuesen sorprendidos, especialmente aquellos que tienen inmunidad diplomática, suplican que se les conceda la casa por cárcel. Casa atiborrada de objetos que no les pertenecen. Otros, añoran su casa-cárcel porque no pueden vivir en la sociedad sin quitarle un peso a nadie.
Se sugiere no malinterpretar el precepto del Concilio de Vaticano II, Gaudium et Spes, 69; Catecismo, 2448 que reza: “Desde luego, quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí.” O la teoría del hurto famélico (Feuerbach) que justifica el hurto por necesidad extraordinaria, donde el objeto del robo debe ser comestible y donde se aconseja apoderarse sin violencia no más de lo que se necesita.    
De todas formas les debemos muchos a los manilargos. Muchos de ellos dan de comer a muchas familias…de policías. Y sin ellos no existirían las películas de policías y ladrones. Y aunque se dice que quien no roba es un tonto, si usted es ladrón, no le robé a otro ladrón porque no tendrá mil años de perdón sino que podrá amanecer con la lengua de corbata. En conclusión todo ladrón, tarde o temprano culmina robándose la conciencia, y especialmente la libertad espiritual, porque "¿De que sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?" (Mt: 16, 26)

San Juan de Pasto, mayo de 2011.

heldynguevararevelo@gmail.com


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